Por Juan Pablo Gavazza, miembro del Sindicato de Prensa La Pampa Sur
Acostumbrados a los años de impunidad y desde la lógica de que todo se puede tocar menos el capital, los diarios “Clarín” y “La Nación” han confesado sus culpas casi sin darse cuenta respecto de Papel Prensa, al asentar en el comunicado editorial conjunto la afirmación de que “controlar el papel es controlar la información”.
Efectivamente, controlar el papel es controlar la información.
Lo que ocurre es que Clarín y La Nación interpretan, desde el “sentido común” que ellos mismos han forjado en los últimos 30 años (o más), que ese control les corresponde a empresarios de su calaña y de su poder.
En cualquier país “moderno” o “republicano” -de los que gustan tanto hablar los mismos sectores que describen la supuesta “etapa fascista” del Gobierno Nacional- lo lógico es que cualquier control lo ejerza… ¿quién sino el Estado?
¿Cómo puede permitirse que controladores y controlados integren un mismo bando, como en este caso? (Papel Prensa, integrado por Clarín y La Nación, distribuye y comercializa a su antojo el papel a disposición, beneficiando -oh, casualidad, lógica capitalista elemental- a Clarín y a La Nación).
Si controlar el papel es controlar la información, lo más sensato es que -ya que va a haber controles- ese control lo ejerza el Estado, como ocurre con el resto de las actividades esenciales de la sociedad, desde la salud hasta la educación.
Mejor, desde ya, si el control lo ejerce un Estado a su vez vigilado y dividido en tres poderes. Después son otra historia, y en parte depende de los ciudadanos su desenlace, las características de ese Estado, el relajo o no de la vigilancia, el grado de independencia entre poderes.
Pero la gran confesión de La Nación y Clarín es otra: justamente con la mentada certeza de que “controlar el papel es controlar la información” se entiende porqué fue que la dictadura dejó en esas manos la gran empresa que silenció las atrocidades y contribuyó a generar el clima de época: “Argentinos derechos y humanos”.
Frente a estos casos que forman parte de la columna vertebral de la historia nacional es que hay que recordar a cada rato que la dictadura no fue un grupo de locos que salieron a picanear porque sí, sino un plan estratégico para instaurar un modo de vida, un sistema económico en perjuicio de los trabajadores, un cambio de manos de la riqueza, la propiedad y las decisiones que tenían o podían tener las clases populares.
Entonces, ¿cómo no va a tener que ver esta historia de Papel Prensa con la dictadura, si es un ejemplo paradigmático de ese proceso?
Costó demasiado sacar a la luz esas inmundicias.Existió, primero, la teoría de que mucho no se podía hacer, porque la democracia estaba débil y cualquier marchita militar hacía tambalear un gobierno.
Existió, luego, el chivo expiatorio: los milicos.Recién hoy, más de 30 años después, la basura sale de abajo de la alfombra para ser revisada un poco más completamente y cobrar conciencia de que esa dictadura fue un golpe cívico-militar, con encendida y apasionada participación de sectores de la comunidad que no vestían uniformes y que fueron felices con los resultados de ese golpe, encima sin la necesidad de ensuciarse con sangre porque dejaron ese trabajo sucio en otras manos.
Las empresas que hicieron pie en la dictadura volvieron a tener un glorioso veranito en los ’90, cuando el Estado -en vez de controlar, que es una de sus funciones esenciales- descontroló todo, a pedir de los mismos sectores.
Papel Prensa terminó con la salud de muchos diarios del interior, que fueron a parar -oh casualidad, lógica capitalista elemental- a manos de los mismos grandes pulpos que se habían apropiado de Papel Prensa.
Por eso, frente a esa cuestión, que ahora está donde tiene que estar, el objetivo no puede dejar de ser el mismo que frente a otros hechos y actores de esa etapa: como con los militares, como con los policías, como con Martínez de Hoz, como con los delatores, como con los médicos que regulaban la tortura, con Papel Prensa el anhelo es Memoria, Verdad y Justicia.
Publicado en El Diario de La Pampa, 30 de agosto de 2010