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Entre Ríos: Pasado y presente de El Diario

in General, Noticias, Slider Inicio
27 septiembre, 2017
Tags: Entre Ríos

Jorge Riani -Redactor de El Diario y autor de “Entre Ríos Secreta”- publicó en el portal Página Política (www.paginapolitica.com) un extenso y detallado artículo sobre el pasado y presente del matutino paranaense que reproducimos a continuación:

Bailando el chachachá en la tumba del viejo Etchevehere

En el año 1943, una patota militar, con recursos del Estado, armas del Estado, sueldos del Estado, entró a El Diario, apresó a sus periodistas, a sus obreros gráficos, a las autoridades y lo intervino. Eso ocurrió en cumplimiento de una orden del interventor que impuso en Entre Ríos el gobierno golpista de entonces.

Ese interventor fue el teniente coronel Carlos María Zavalla: un nazi que no disimulaba su adhesión a la atroz dictadura hitleriana. La explicación oficial para intervenir El Diario era que se trataba de un medio que “publica artículos tendenciosos y malevolentes” y que en su edificio abundaban los folletos y libros comunistas, como así también que en las paredes del fondo “había inscripciones con vivas al Partido Comunista, a los judíos y a Stalin”, todo, “en connivencia con el radicalismo”.

Es cierto que había comunistas en la redacción, es cierto que había radicales también, es cierto que había judíos, es cierto que había hombres de bigotes y también uno que usaba zapatos marrones, como otro que había nacido en Victoria y varios en Gualeguay y mucho más aun en Paraná. Es cierto que había libros. Y es cierto también que arriba de cada inodoro había una cadena que cuando se la jalaba largaba agua de un depósito.

Lo decimos así porque era natural todo eso para este diario de idealistas, de militantes, de periodistas comprometidos. No lo era para un maniático llamado Zavalla, que un día apresó a todos los matrimonios judíos de Paraná, para liberar a mediodía a las mujeres, mantener tomando declaraciones durante todo el día a los varones y luego liberarlos, pero solo tras dejar sembrado el desconcierto y la humillación.

Para el historiador Daniel Lovovich, Zavalla ejecutó la acción antisemita más alevosa de la historia argentina perpetrada desde el Estado.

Zavalla echó de las escuelas a todos los docentes judíos y comunistas. Persiguió a los masones y entró a la logia para saquear todos sus bienes muebles primeros y el inmueble después.

El ridículo Zavalla representó, ya de modo caricaturesco porque era temerario pero no temible, al enemigo tipo de El Diario.

Es cierto que en este diario -El Diario, de Paraná- escribieron Amaro Villanueva, Juan L. Ortiz, Marcelino Román, Elio C. Leyes. Es cierto que este diario tuvo su Ateneo que le dio tribuna a los perseguidos de los totalitarismos. Es cierto que ese Ateneo se abrió para presentar una exposición de Israel Hoffmann, cuando el eminente escultor fue echado por Zavalla de la cátedra de Artes Visuales. Es cierto que ese Ateneo fue el que le dio tribuna a Alfredo Palacios y tantos otros dirigentes más que encontraron aquí un refugio, un lugar desde donde exponer sus ideas. Es cierto que un perseguido Roberto Chavero encontró también ayuda de todo tipo, cuando aún no se había hecho conocido como Atahualpa Yupanqui. Todo eso es cierto. Y creemos también aquello que nos contó el filósofo Gustavo Lambruschini, respecto de que a Arturo Julio Etchevehere los curas no lo habían querido casar por la Iglesia, como era el deseo de su esposa Dolores, por su militancia republicana, laicista y de buena relación con los librepensadores del momento. Es posible también que en su juventud haya pintado el frente de algunas iglesias con consignas republicanas, como lo afirma un mito entre los conocedores de la historia de El Diario.

Sabemos que fue uno de los convencionales que hicieron la progresista Constitución entrerriana de 1933, sin preámbulos que reduzcan la mirada solo a los que se consideran hijos de dios.

Por eso, lo que ocurrió en la noche del viernes 23 de septiembre de 2017 fue un contrasentido de la historia de una centenaria institución que viene a agregar una nota de absurdo a un proceso que no termina de asombrar o que viene a agregar un capítulo a una novela que está terminado mal.

Para entender cuáles son los movimientos de los últimos días dentro de El Diario, hay que comenzar por contar que está por producirse un hecho histórico: el diario se muda de lugar. Después cuarenta años, la redacción y los talleres gráficos vuelven al viejo edificio de la esquina de Urquiza y Buenos Aires.

¿Por qué ocurre eso? Porque a El Diario le quitaron la sede, en el marco de un proceso por presunto vaciamiento empresarial que se investiga en la Procuraduría contra la Criminalidad Económica y Lavado de Activos (Procelac).

Según la denuncia, el grupo económico transfirió siete inmuebles con el objetivo de “vaciar” la empresa Sociedad Anónima Entre Ríos, editora de El Diario de Paraná, en una maniobra calificada por la Procelac como “defraudación”.

Lo cierto es que antes, El Diario era, entre muchos otros edificios, dueño de una torre de trece pisos. Esa torre se une aún con la antigua casona de la esquina tradicional, a través de un túnel que corre por debajo de calle Urquiza. A esa torre se la apropiaron algunos de los accionistas.

Dueña del 40 por ciento de las acciones de El Diario, la viuda de Luis F. Etchevehere se quedó con la propiedad del viejo medio (que no era de Etchevehere sino de El Diario, vale insistir en esto) para cobrarle un alquiler a su propio diario por el uso del inmueble que le arrebataron. Eso fue así en los últimos años, porque ahora directamente ordena desalojar a la redacción y todo atisbo de diario que desde que se creó tiene ese edificio y pronto dejará de tener.

Lo absurdo es que lo primero que se instalará en la sede de El Diario es una librería católica que pondría de punta los amarillentos pelos de las calaveras de Arturo J. Etchevehere, de Elio C. Leyes, de Amaro Villanueva, de Juan L. Ortiz, de Marcelino Román, de Celeste Mendaro. No porque El Diario haya sido anticatólico, porque no lo fue. Y la prueba de esto es que durante más de treinta años el secretario de redacción fue el gran redactor Carlos Lerena, de buena relación con la Iglesia de Roma, que lo premió con el Santa Clara de Asís.

Lo absurdo, decimos, pero más aún lo lamentable, lo triste, es que enajenado ya sus bienes, ahora se enajena su historia, se burla su espíritu porque el inicio de la nueva y clerical etapa del edificio, una etapa que celebraría el patotero Zavalla, vino a inaugurarse, en la noche del viernes, con una charla en contra de la práctica del aborto que reunió a sectores de lo más ortodoxo, retrógrado y obtuso que aún pervive en la Iglesia.

Que cada quién piense lo que crea en el tema del aborto. Eso no es objeto de estas líneas. De lo que se habla es de otra cosa: de la reducción de mirada, de la apropiación de un bien, de la burla a una historia centenaria.

El Diario no era anticatólico, a no ser que los católicos más reaccionarios crean que lo fue por abrir sus espacios a toda la comunidad. En su Ateneo, además de todos los que ya mencionamos que pasaron por su escenario, pasó un jovencísimo jesuita llamado Jorge Bergoglio allá por la década de 1960. Pero lo hizo en el marco de una amplísima exposición de voces, de varias voces, de multiplicadas voces. Voces que, por ejemplo, reclamaron desde ese espacio una ley de divorcio vincular ya en la década del 50.

El Ateneo funcionaba en una señorial casa lindera a la esquina de El Diario. Pero también eso se repartieron y ahora allí hay un banco que presta dinero a altas tasas y que es vaya a saber de quién.

La torre quedó para la viuda y los tres de los cuatro hijos del fallecido director del medio, Luis. F. Etchevehere. Jamás hubiera autorizado esta “privatización” de los bienes del diario, el viejo Zahorí, que es como le decían a ese ex director muerto en el año 2009.

Muerto Zahorí Etchevehere, pero antes que él muerto su padre Arturo J. Etchevehere, los descendientes jugaron a la payanca con los bienes del medio impreso y en sus manos quedaron casi todas las piezas.

A El Diario lo despojaron de sus bienes primero y ahora le clavan una librería de misales y le transforman el salón “Florencio Varela” como extensión de esa cuña clerical. “Florencio Varela” se llamó al salón en homenaje al escritor, poeta, activista que formó parte de la ilustrada Generación del 37.

Pero hasta los Varela fueron cambiados en El Diario. Porque en el Salón “Florencio Varela”, que dejó de ser Salón “Florencio Varela” del mismo modo que El Diario dejará de ser El Diario, una señora de apellido Varela, casualmente, fue a dar una charla este viernes 27 de septiembre en contra del aborto. Hablamos de Mariana Rodríguez Varela, hija de quien fuera ministro de “Justicia” del dictador Jorge Rafael Videla y defensor suyo en las causas de violación de los derechos humanos y robo de bebés, Alberto Rodríguez Varela.

Esa fue la actividad que se vivió el viernes a la noche sobre el cadáver de El Diario. Afuera, los trabajadores de la Redacción protestaban, entre los que estaba el autor de esta reseña, porque hace tres años que los sueldos se pagan en cuentagotas y por tantas cosas más que sería abundar innecesariamente sobre una situación ya conocida por toda la ciudad.

Para acentuar el absurdo, un grupo de jovencitos de pelo prolijamente cortado, “custodió” la entrada a la sede e hizo un cordón para que los subversivos marxistas que pueblan la redacción no molesten a las señoras católicas que fueron a escuchar a la hija del doctor Rodríguez Varela.

Mezclado con los niños custodios estaban los trabajadores de El Diario celebrando, irónicamente con una torta, los tres años de cobro interrumpido y otras delicias del momento. El dibujo del Quijote y Sancho de Picasso, que El Diario convirtió en logotipo, estaba, a modo de repostería, donde tenía que estar: sobre la torta de los trabajadores y no sobre los misales de los intrusos. No les importa mucho a ellos dónde quedó el Quijote; la torta que se comieron es mucho más grande que la de bizcochuelo de los trabajadores.

Acompañando y dando apoyo moral, anímico y político a los periodistas había militantes de izquierda, como los candidatos a diputados nacionales Nadia Burgos y Luis Meiners, ambos del MST Nueva Izquierda.

Había otros muchos militantes sociales y políticos comprometidos, acompañando a los trabajadores en su festejo-protesta realizado en el hall del edificio que pronto deberán desalojar. Había también una chica trans que contó que antes de que el nombre Luisa se ajustara a su identidad sexual, iba a El Diario, a corta edad, a ver a una trabajadora gráfica que era su madrina. Conocía los talleres de aquella vieja editorial de libros que tuvo El Diario, llamada “Editorial de la Mesopotamia”, y que también fue desguazada hace ya varios años.

Viendo a Luisa ahí parada, erguida en su dignidad y acompañando a los trabajadores, este cronista recordó lo que en media docena de oportunidades le dijo aquel director al que nos dirigíamos diciéndole “doctor” pero llamábamos Zahorí cuando nos referíamos a él en tercera persona. Dijo Zahorí: “El Diario debe ser una célula viva que refleje a la sociedad toda, y hasta un travesti debería haber en la redacción”. Eso jamás lo entendieron ni no entenderían sus descendientes ni su viuda.

Los candidatos de la izquierda, como se dijo, estaban en la calle. Mientras que en la charla ortodoxa participaba una desorientada diputada radical que no entendió que el diario de sus referentes partidarios, aquellos que trajeron democracia a la provincia allá por el año 1914, estaba siendo violado en las dos únicas cosas que le queda: su memoria y su archivo.

Al archivo porque cuando la charla terminó, un grupo de personas contratadas continuó con la tarea de vaciar la vieja y rica biblioteca de la casona, donde se hacinará a todo el personal. A 103 años de historia encuadernada la llevaron ya, al menos eso, al Archivo Histórico de la Provincia. Por lo menos ahí van a estar mejor los libracos que atesoran años de publicación. Mientras que a la vieja biblioteca “Luis L. Etchevehere” la están arrinconando en oscuros galpones fuera de la ciudad.

Es una alegoría muy fuerte ver sacar con cuerdas desde los altos pisos, atados de libros “La Ley”, ensayos de sociología, de historia, de arte para ir a tirarlos a un galpón, en el mismo momento que se inauguraba la “Librería San Pablo”.

Invitado a decir algunas palabras megáfono en manos, este cronista algo de todo esto alcanzó a decir, y también a recodar que cada época tuvo a sus hombres y sus mujeres, hasta llegar a nosotros, y que hasta hace algunos años con su voz que aún parece resonar en la redacción enseñando el oficio, estuvo Guillermo Alfieri, que tras la cárcel que le impuso la última dictadura cívico-militar encontró también un lugar en El Diario.

Dijimos que todo esto no les pasa solamente a los trabajadores. Le pasa a la ciudad toda. Le está pasando a la historia y al presente.

Siempre se supo que Arturo J. Etchevehere no quería a su nuera. Más aún, que su nuera se escondía cada vez que lo veía llegar. Pero en la noche del viernes, su nuera dando órdenes a los niños custodios de las buenas costumbres, sacando fotos a sus empleados que protestaban, bailó el chachachá sobre la tumba de su difunto suegro. Desalojó El Diario que ayudó a hacer fuerte el viejo y se mofó de la historia de librepensamiento de su obra.

La charla del viernes sobre la sede de El Diario fue, como diría el cantautor de Úbeda, tan patético e inesperado episodio, un absurdo tan grande como sería ver a Trotsky en Wall Street fumar la pipa de la paz, o como ver a Lenin y Sza Sza Gabor casándose en New York.

Y uno no sabe si reír o si llorar.

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