Por Aixa Boeykens
A Gustavo Vaccalluzzo
El asesinato del fotógrafo Cabezas en 1997 y la instalación de la Carpa Blanca Docente iniciaron el fin de una década que estuvo marcada por la sensación de que tener poder era igual a tener impunidad. En Paraná, al igual que en todo el país, trabajadores de prensa junto a otros sectores sociales, nos unimos en el reclamo de justicia.
El cartel reclamaba no olvidar. En cada vértice, los globos negros rellenos con gas helio, debían ayudar a que, una vez sueltos, la pancarta se elevara y así pudiera desplazarse por el cielo para transmitir el mensaje.
Estábamos reunidos en Plaza Mansilla, en Casa de Gobierno. Tras finalizar los discursos, liberamos los globos con el cartel.
Pero, como era previsible en el gremio “de la pluma y la palabra”, los globos apenas consiguieron despegarse del suelo a una altura que no superaba las rodillas. Así, a fuerza del empuje de los presentes, lograron desplazarse unos metros.
Horas después, los noticieros televisivos de los canales de Paraná, daban cuenta del esfuerzo por capturar un encuadre que transmitiera la dignidad del motivo que nos reunía.
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Durante muchos años, el relato siguió convocando nuestras risas y también el pudor que sentimos en ese momento. Pasaron 25 años de esta anécdota. La memoria no necesariamente se lleva bien con la solemnidad y, a veces, el humor ayuda a transitar mejor las asperezas del andar.
Nos reunía el reclamo de justicia ante el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas. Lo habían matado el 25 de enero de 1997 cuando trabajaba para la revista Noticias en la ciudad balnearia de Pinamar. Lo encontraron con dos tiros, esposado, adentro del auto incendiado junto con su cuerpo.
A la perplejidad que causó al principio esta noticia que nos retrotraía a metodologías propias de la última dictadura cívico militar, sobrevino la indignación, el repudio y la movilización de una parte de la población. En distintos puntos del país trabajadores de prensa y la sociedad en general comenzaron a movilizarse para exigir justicia y hacer explícito el rechazo a la violencia.
“No se olviden de Cabezas”, fue el lema que unificó el reclamo.
Al cumplirse el primer aniversario del asesinato, realizamos una numerosa marcha y colocamos una placa en la plaza Mansilla.
Durante ese período hubo muestras de fotografías, cámaras levantadas por los reporteros gráficos, radios abiertas y movilizaciones varias. En el año 2000, organizamos una obra de teatro en la Biblioteca Popular que contó con la presencia de su autor, el periodista y escritor Rodolfo Braceli, la actuación de Roly Serrano y la dirección de Daniel Marcove.
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Era la época del gobierno de Carlos Menem. Había ganado las elecciones en 1989 y en 1995 había sido reelecto. Junto con él se instaló un espíritu de época que intentó hacer del
cinismo el modo de entender la política. La corrupción acompañó la venta del patrimonio del Estado, los despidos masivos, los enriquecimientos ilícitos y la honra sin par al mercado y a su ideología del “sálvese quien pueda”.
La sensación de impunidad buscaba llevarse puesto el día a día. Y fue contra eso que una parte del país se rebeló. Junto a otros sectores, quienes en ese momento integrábamos la Corriente 7 de Junio de Trabajadores de Prensa, nos expresamos en el espacio público con la consigna “Por la Vida, contra la Impunidad”. Nos reunía la convicción de que hay otras formas de entender la vida en sociedad.
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El 3 de marzo de 1996 la revista Noticias publicó en su portada la fotografía del empresario telepostal Alfredo Yabrán mientras caminaba en la playa de Pinamar. Cabezas había logrado sacarle una foto que indignó al empresario y lo motivó a tomar represalias. Hasta ese momento, Yabrán se ufanaba de que no había imágenes públicas de él.
El medio periodístico estaba investigando las relaciones del empresario con el gobierno de Menem. Yabrán manejaba el correo postal privado y también tenía la concesión en los aeropuertos de carga y descarga, los depósitos y el manejo de los freeshops, además de empresas inmobiliarias, ganaderas y de seguridad, entre otras tantas actividades comerciales que en el presente continúan sus hijos en la República Oriental del Uruguay.
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La investigación judicial que se realizó tras el asesinato de Cabezas permitió demostrar los vínculos que existían entre la policía de Pinamar que liberó la zona para permitir el secuestro del fotógrafo y los guardias de seguridad de Yabrán que eran también policías y ex represores del gobierno militar.
El 20 de mayo de 1998 Yabrán se suicidó en el baño de su estancia de la Aldea San Antonio, en el departamento Gualeguaychú, en Entre Ríos. Días antes el Poder Judicial lo había citado a una declaración indagatoria y había posibilidades de que fuera preso. El empresario prefirió matarse a que hubiera una foto suya esposado. Como dijo en una entrevista, para él el poder era tener impunidad.
El 2 de febrero del año 2000 los acusados fueron condenados a prisión perpetua por el secuestro y asesinato de Cabezas. Sin embargo, años después se recategorizó la figura del delito y se redujo la condena de la mayoría. En la actualidad no hay ningún detenido por el crimen de Cabezas en la cárcel. Dos de ellos murieron en la cárcel y otros recuperaron la libertad.
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Tras el asesinato de Cabezas el 25 de enero de 1997 las movilizaciones para exigir justicia iniciaron el quiebre de ciertos valores que caracterizaron a los ´90.
Unos meses después, el 2 de abril de 1997, los docentes de todo el país levantaron frente al Congreso Nacional una Carpa Blanca para pedir una Ley de Financiamiento Educativo que asegurara un aumento en los fondos económicos para educación y la derogación de la Ley Federal de Educación. La Carpa, se convirtió en un símbolo de la defensa de la educación pública y de las diferentes demandas de un país que la ideología del libre mercado buscó desprestigiar. En ese lugar, el reclamo “No se olviden de Cabezas” ocupó un espacio central.
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Veinticinco años después de aquel gobierno y de aquél asesinato, el país es otro. Los modos de hacer periodismo y el mapa comunicacional han cambiado aunque las precarias condiciones laborales de quienes trabajan en medios de comunicación siguen persistiendo y profundizándose.
Algunos compañeros entrañables de aquellas andanzas hoy no están. Nos falta Gustavo Vaccalluzo quien era uno de los que encabezaba los reclamos en que exigíamos justicia.
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La memoria es entreverada, antojadiza y se mezcla con el olvido. La relectura de recortes y fotografías archivadas permite recuperar circunstancias que no se recordaban o aparecían fragmentadas. Como analiza la socióloga Elizabeth Jelin, es necesario que trabajemos la memoria de los acontecimientos que, por el daño que nos infligieron en el tejido social, deseamos que no se olviden para evitar que puedan tener lugar situaciones similares y también para seguir exigiendo justicia.
Es necesario que nuestra memoria circule y ponga voces en el espacio público, en los medios de comunicación y en las Facultades en las que enseñamos Comunicación Social. Desde este presente que habitamos, tenemos que seguir contando qué pasó en una etapa en la que la impunidad de un empresario vinculado al gobierno les permitió considerar que el asesinato era un modo de operar. Es, una vez más, la banalidad del creer que es posible llevarse la vida por delante.
Un cuarto de siglo después, es posible que sigamos con dificultades para hacer que los globos con gas vuelen. Pero también, veinticinco años después, además de las risas y las certezas que nos siguen convocando, sabemos que así como lo hicimos ayer, hoy también seguimos movilizándonos contra las injusticias. Hoy, como ayer, decimos: Cabezas Presente. Nunca Más.
Aixa Boeykens es Coordinadora de la carrera de Comunicación Social Facultad de Ciencias de la Educación UNER y afiliada al Sindicato Entrerriano de Trabajadores de Prensa (SETPyC)